Cuando finalmente lograron salir del agua, ambos se tumbaron sobre la arena, exhaustos después de todos los intentos que hicieron para escapar de las fuertes olas del mar. Guillermo, en particular, había enfrentado la parte más difícil: salvarla y encontrar las fuerzas para llevarla a la orilla, sana y salva. A su alrededor, el sonido de las olas rompiendo en la playa se convertía en un eco lejano, un murmullo constante que contrastaba con la calma que comenzaba a instalarse entre ellos. El sol, en su descenso, teñía el cielo de tonos anaranjados y morados, creando un paisaje casi mágico que envolvía la escena.
Guillermo respiraba con dificultad, sintiendo cómo el aire entraba en sus pulmones de manera irregular. La arena, caliente y suave, se sentía como un refugio tras la lucha titánica contra las fuertes olas que habían intentado tragarlos. A su lado, la mujer desconocida se recostó en la arena, su cuerpo temblaba ligeramente mientras intentaba recuperar el aliento. El agua salad