El último adiós

Greta había conducido el auto a exceso de velocidad, quería llegar lo más rápido posible a su casa, no lograba contenerse, le había causado una fuerte impresión la forma en que Armando había muerto frente a ella. Después de conducir aproximadamente por un periodo de una hora, llegando al punto de perder la noción de a dónde iba, por fin llegó a la mansión Ripoll, dejando el auto mal estacionado. Entró a toda prisa y subió las escaleras corriendo. Al llegar a su habitación, se despojó de toda la ropa y se metió debajo de la ducha.

Estaba muy nerviosa; sentía que quería quitarse de la piel aquel olor a clínica, y sobre todo quería borrar las huellas de Armando sobre sus manos. Estaba fuera de control no coordinaba lo que hacía. “Yo no lo maté en realidad, solo le dije la verdad sobre mi amante, y él solito se murió. No tengo la culpa de que no haya sido capaz de soportar la verdad”, se repetía a cada momento mientras se frotaba la piel con fuerza, como si el agua pudiera limpiar su c
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