Mientras tanto, en la mansión de los Ripoll…
Greta estaba sumida en su silencio y frustración, sentada en un lujoso sofá mientras observaba todo lo que la rodeaba. Se mostraba renuente a aceptar la última voluntad de Armando; estaba furiosa y sentía impotencia al darse cuenta de que todo lo había hecho premeditadamente para causarle dolor y despojarla de todo.
—Esta casa es mía. Todo esto lo construí gracias a mi ingenio. No voy a permitir que Armando me destruya, aún después de muerto —pensó con determinación.
Pablo, que la había estado observando desde hacía unos minutos, se acercó a ella, aprovechando que por fin no había nadie más en la mansión.
—¿Puedo acompañarte? —le dijo con una mirada insinuante.
—Quiero estar sola, así que puedes desaparecer. O mejor aún, puedes largarte en este preciso momento. Como te habrás dado cuenta, Armando se encargó de despojarme de todo. Si esa era la razón por la cual regresaste a mi vida, ya te puedes dar cuenta de que no puedes sacar nada de din