—Bien, ya llegamos, cariño. Déjame hablar a mí y vamos a cruzar los dedos para que nos dejen entrar —dijo Luis Fernando, bajándose del auto junto a Grecia. Ambos se encontraban frente a la imponente casa de Laura, una mansión que había sido testigo de muchos secretos y negocios clandestinos por parte de Villaseñor.
—¿Cómo está, señor Ripoll? Gusto en verlo después de tanto tiempo —saludó el guardia de seguridad de la casa, reconociendo a Luis Fernando con una mezcla de respeto y sorpresa
—He venido a recoger algunos objetos personales que Laura necesita. Ahora que está internada en la clínica psiquiátrica, va a requerir de varias cosas que son esenciales para ella. ¿Sería posible que me dejara pasar? —preguntó Luis Fernando, haciendo todo su esfuerzo por sonar convincente.
—Ay, señor, la verdad es que no sabría ni siquiera qué decirle. Ya el señor Villaseñor pasó a mejor vida y ahora la señora Laura en ese estado… nosotros no tenemos autorización de dejar pasar a nadie. Y la ver