El licenciado Burgos, tras pronunciar las últimas palabras del testamento, concluyó con un suspiro, mirando a todos los presentes. El ambiente en el despacho era pesado, cargado de sentimientos encontrados.
—Y así concluye la lectura del testamento de Armando Ripoll —dijo, con su voz fuerte y clara en medio del silencio—. Les pido que recuerden que cada cláusula debe cumplirse sin demora. Las decisiones que tomó el señor Armando Ripoll fueron con un propósito muy claro: asegurar el futuro de la familia. Por lo tanto, les sugiero que cumplan con su voluntad a cabalidad.
Un silencio incómodo se apoderó del despacho. Greta, incapaz de contener su frustración, se levantó de su asiento con una actitud desafiante, decidida a hacer cualquier cosa por impugnar el testamento.
—¡Esto no puede estar pasando! —gritó, con su voz temblando de indignación—. No voy a aceptar esto sin luchar por lo que es mío. Ese testamento es un error, lo voy a mandar a invalidar. Soy su viuda y, como tal, debo ser