Monserrat se retorcía en el sofá, con su rostro pálido y cubierto de sudor. Cada contracción la golpeaba con una fuerza que la dejaba sin aliento. Mónica, estaba a su lado, intentando calmarla en medio del caos. La angustia en los ojos de Monserrat, se reflejaba con sus lágrimas, y cada vez que una nueva contracción aparecía, los gritos de dolor no se hacían esperar, lo que hacía que Mónica estuviera aterrada sintiendo el peso de la culpa, ya que estaba consciente de que su hija se había alterado gracias a su visita.
—Siento que mi bebé viene en camino, no soporto el dolor —decía entre sollozos con su voz temblorosa, se podía ver el miedo en su mirada, aterrada de lo que pudiera pasar. Guillermo y ella esperaban con ansias la llegada de su hijo, no podía imaginar si algo malo llegaba a suceder.
Mónica, con el corazón en un puño, sabía que no había tiempo que perder. La situación era crítica y cada segundo contaba. Se acercó a Monserrat, acariciando su frente con ternura, tratando