Monserrat se quedó inmóvil, sintiendo cómo su tranquilidad se desvanecía en un instante. El rostro que minutos antes mostraba calma y felicidad, ahora se había transformado en una mezcla de coraje y rencor. La figura que tenía frente a ella era inconfundible, y el simple hecho de volver a verla después de tanto tiempo la llenó de emociones contradictorias.
—¿Qué hace usted aquí? —exclamó Monserrat, frunciendo el ceño y llevándose una mano al vientre, sintiendo un pequeño movimiento del bebé, como si también él estuviera reaccionando a la tensión que había en ella. La sorpresa y el desasosiego se apoderaron de Monserrat en ese momento, rompiendo por completo su paz.
Mónica, por su parte, estaba nerviosa al ver a su hija. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y miedo. No podía disimular la felicidad que sentía al ver a Monserrat, ahora convertida en toda una mujer, con su embarazo avanzado que la hacía lucir radiante, aunque el rencor en su mirada era imposible de ocultar. Ha