9. ¡Es un plincipe!
Gabriel
No tenía pensado acercarme a ella. No hoy. Tal vez nunca.
La verdad es que ni siquiera entiendo del todo qué carajo estoy haciendo aquí. Podría haberme quedado en la oficina, enterrado en papeles y llamadas, fingiendo que todo sigue igual. Pero el cuerpo me trajo hasta aquí. Como si supiera algo que mi mente se niega a aceptar.
Me estaciono a una cuadra del cementerio, como si con eso pudiera convencerme de que solo estoy aquí por casualidad. Bajo del carro con las manos en los bolsillos y la rabia contenida justo debajo de la piel.
Lo cierto es que la conozco. Mejor que nadie. Y si Catalina está en Nueva York, si ha vuelto después de tantos años, entonces no hay duda: vendrá a ver a su abuela.
No vine a buscarla. Vine a verla.
Solo eso. Un vistazo rápido. Un recordatorio de que todo lo que pasó no fue una invención de mi cabeza.
Camino entre las lápidas como si el pasado no pesara, como si mis pies no supieran cuál es el camino. Pero lo saben. Jodidamente bien.
Los jardineros