79. No me gusta el silencio
Gabriel
No conduzco. Mando al chofer, pero ni siquiera puedo mirar por la ventana. No puedo dejar de pensar en la imagen. En el ángulo desde el que fue tomada. En el rostro de Catalina cuando me mostró el celular. En su cuerpo temblando entre mis brazos, en el “tengo miedo” que me dijo con la voz rota.
La rabia me arde por dentro. Quema como ácido lento.
No tengo pruebas, pero no las necesito para saber que esto lleva el sello de Elena. Y si no está sola, entonces Julián también está metido. Y si no los frenamos ya, no habrá límites. Ya entraron a mi casa. Ya vieron dormir a mi hijo.
Mi hijo.
Trago saliva con fuerza. Me obligo a respirar. El carro se detiene frente al hospital privado. Bajo sin esperar que me abran la puerta. El guarda me reconoce y saluda, pero no respondo. Sigo derecho hasta la recepción.
—Quiero ver a mi padre —digo.
La enfermera asiente. Lo tienen en una suite privada, con una vista que apenas debe notar en su estado.
Cuando entro, está sentado junto a la ventana,