58. Siempre gano

Catalina

No estoy segura de cuántas horas han pasado desde que amaneció. Aquí dentro, el tiempo se disuelve en un gris espeso que no distingue entre mañana, tarde o noche. Llevo dos días sin ver a Samuel.

Dos días desde que Iván me prometió que harían otra prueba. Dos días aferrada a la esperanza de que la verdad finalmente esté saliendo a la luz.

Las paredes frías de esta celda provisional me observan como cárceles vivas de todo lo que fui, de todo lo que me arrancaron. Duermo poco. Como menos. Y pienso demasiado.

Cuando escucho que se abre la reja, mi cuerpo se tensa por instinto. Un guardia se acerca con rostro impasible y dice:

—Tienes visita. En la sala dos. Solo diez minutos.

Mi primer impulso es pensar en Iván. Tal vez trae novedades sobre la fianza, o quizá una estrategia nueva para sacarme de aquí. Me acomodo el cabello como puedo, aliso la camiseta de presidiaria y camino con el corazón golpeándome las costillas.

Pero en cuanto cruzo el umbral del cuartito de visitas y veo
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