La mañana avanzó con rapidez. Me sumergí en mis tareas, llamadas, correos y reuniones, pero una sensación de calma me acompañaba. Sabía que Alex había entendido que necesitaba volver a la rutina, pero también que estaría pendiente de mí, y eso me daba fuerza.
Justo cuando empezaba a sentir que mi estómago protestaba por el largo rato frente al escritorio, escuché el sonido familiar de su auto estacionándose afuera. Mi corazón dio un pequeño salto. No me había llamado; simplemente había decidido venir. Como antes. Como siempre había hecho.
Salí de mi oficina y lo vi en la entrada del edificio, sonriendo con esa tranquilidad que siempre lograba que todo pareciera más sencillo. Llevaba una camisa ligera y sus pantalones favoritos, y su porte relajado me recordó, de inmediato, que Alex había vuelto a ser Alex.
—Hola, mi vida —dijo al acercarse—. ¿Lista para un almuerzo que no sea solo rápido y aburrido con tus padres?
—Sí… —sonreí emocionada por el “mi vida”, que él no había vuelto a deci