El ascensor subía lentamente, como si el hotel entero supiera que aquel era un momento que debía saborearse. Alex no apartaba la vista de mí. Sus dedos entrelazados con los míos transmitían una presión constante, como si me anclara a él… o a sí mismo.Cuando las puertas se abrieron, me condujo de la mano hacia la suite. El pasillo estaba en silencio, como si fuéramos los únicos habitantes del mundo.Abrió la puerta y, al entrar, me detuve a contemplar la habitación. Todo estaba preparado: pétalos de rosa sobre la cama, velas encendidas proyectando una luz cálida y suave, y una botella de champagne en la mesa junto a dos copas.—¿Esto es obra tuya? —pregunté, girándome hacia él con una sonrisa.—Algunas tradiciones merecen respetarse, ¿no crees? —respondió, acercándose.Había algo en su mirada, una intensidad contenida, como si llevara horas conteniéndose. Me rodeó la cintura con sus manos, pero el contacto era diferente: sus dedos se sentían más duros, menos delicados que los de Alex.
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