El estruendo mediático seguía creciendo como una ola imposible de contener, pero, para mi sorpresa, los detalles del juicio permanecieron bajo un silencio absoluto. Era como si, de pronto, todo estuviera blindado por un muro invisible que ni la prensa más insistente lograba atravesar.
Sabían que había una demanda. Sabían que había un divorcio, una traición y un apellido en juego. Pero hasta ahí llegaba la información. Nada sobre las pruebas. Nada sobre los testimonios. Ni una sola filtración sobre lo que realmente había ocurrido detrás de las puertas del juzgado.
Y eso, lo entendí pronto, no era casualidad.
Alejandro se había movido con la precisión de siempre. Sus abogados hicieron declaraciones breves, calculadas, frías como bisturís: *“Sin comentarios sobre procesos en curso. Confiamos en que la verdad saldrá a la luz en tribunales”*. Eso era todo.
Ni una palabra más.
—Es una estrategia perfecta —me explicó Julius una tarde, mientras los periodistas aguardaban en la entrada del edif