Vecka sintió que el mundo giraba un instante, como si el suelo bajo sus pies se inclinara con el peso de una verdad demasiado grande para sostenerse. El aire frío le quemó los pulmones. La nieve crujió bajo su bota cuando retrocedió apenas un paso, sin darse cuenta. Todo su cuerpo reaccionó antes que su mente.
Rey vampiro.
El que Xylos mencionó como enemigo.
Y estaba allí. Frente a ella. Sonriendo. Una sonrisa leve, sofisticada, incapaz de reflejar amenaza… precisamente por eso tan inquietante.
—No… no puede ser —susurró, sin voz, más aire que sonido.
Kaiser dio un solo paso hacia ella. Fue pequeño, sí, pero su sola presencia llenó la distancia con una fuerza imposible de ignorar. No la tocó. No necesitaba hacerlo. Su cercanía se sentía como una sombra antigua, como si la temperatura del bosque hubiera bajado diez grados de golpe, Vecka tragó saliva, consciente del latido acelerado de su corazón, golpeando con tal fuerza que le dolía.
Kaiser inclinó un poco la cabeza, observánd