Tras la discusión y la inesperada reconciliación en la cocina, Vecka y Xylos habían terminado en la habitación, envueltos en la oscuridad que solo era rota por la tenue luz de la luna que se filtraba por la rendija de las cortinas de la ventana. Allí, sobre la cama, estaban desnudos y entrelazados, piel con piel.
El cuerpo de Vecka reposaba sobre el pecho de Xylos, tibia, respirando de manera suave el dulce olor del alfa. Él, aunque no podía ver el rostro de la mujer que es su pareja destina, lo conocía como se conoce una melodía: de memoria, sin necesidad de luz.
Una de las manos grandes y toscas de Xylos acariciaba el vientre de Vecka con lentitud reverencial, como si ese pequeño abultamiento fuese un altar. Su palma recorría el lugar con una ternura que contrastaba con la ferocidad de Magnus dentro de su piel.
—Si quieres… —murmuró en voz baja, casi temerosa de romper la calma que habían construido— podemos cancelar la celebración.
Vecka abrió lentamente los ojos. La habitación