Cuando despertó, la luz del amanecer se filtraba tímidamente entre las costuras de la tienda. Al principio, Vecka, no entendió qué era esa calidez que la envolvía, ni esas manos que descansaban sobre su vientre. Se quedó inmóvil, confundida, hasta que sus dedos rozaron la piel tibia del brazo que la sujetaba con fuerza. Era piel humana, ella contuvo la respiración. Lentamente, giró la cabeza… y se encontró frente al rostro de Xylos.
Dormía. Su respiración era tranquila, casi imperceptible. Una barba perfectamente delineada cubría su mandíbula, la ceja izquierda mostraba una vieja cicatriz que partía en dos la línea perfecta del arco. Su nariz recta, los labios gruesos y relajados, las pestañas oscuras descansando sobre la piel morena.
Olía a bosque, a madera recién cortada, a lavanda, Vecka tragó saliva. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Su mente gritaba que debía apartarse, pero su cuerpo no se movía. Había algo terriblemente seguro en esos brazos, algo que le recordaba el ref