Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl chasquido del cerrojo manual resonó en la habitación como un disparo, sellando el mundo exterior y dejando a Seraphina atrapada en el ojo del huracán.
Estaba sentada en el centro de una inmensa cama de dosel, sus manos aferrándose a las sábanas de seda negra que se sentían frescas y resbaladizas bajo sus dedos. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por el resplandor de la luna que se filtraba a través de un ventanal de piso a techo, pero incluso en la oscuridad, la presencia de Ronan lo llenaba todo. El aire estaba saturado de él. No era solo el aroma a bosque nocturno que lo seguía por los pasillos, aquí, en su santuario privado, el aroma era más profundo, más íntimo. Olía a madera oscura y a la especia cálida de su piel. Era un aroma territorial que invadía los sentidos de Seraphina, mareándola, reclamándola en silencio antes de que él dijera una palabra. Ronan se giró desde la puerta destrozada. Su pecho desnudo y marcado subía y bajaba con un ritmo que poco a poco se estaba desacelerando, pero la tensión en sus hombros seguía siendo letal. —Estás loco —susurró Seraphina, su voz temblando en el vasto espacio—. No puedes tenerme aquí. Tu prometida... ella está ahí fuera. Toda la manada está ahí fuera. Ronan caminó hacia ella. No fue un movimiento amenazante, pero la pura masa de su cuerpo moviéndose a través de las sombras hizo que Seraphina se encogiera contra la cabecera de la cama. —Que se vayan al infierno —gruñó él, su voz áspera, como si hubiera tragado grava. Se detuvo a los pies de la cama, agarrando el poste de madera tallada con una mano. La madera crujió bajo su agarre, protestando ante la fuerza residual de la transformación. Sus ojos, todavía brillando con ese oro sobrenatural, la recorrieron. —Me importa una m****a lo que piensen. Me importa una m****a Isabelle. —¡Vas a casarte con ella mañana! —le gritó Seraphina, la histeria burbujeando en su garganta—. ¡Me lo dijiste tú mismo! ¡Me ordenaste ver cómo le ponías el anillo! ¿Y ahora me traes a tu cama? ¿Qué clase de juego retorcido es este? Ronan soltó el poste y rodeó la cama. Seraphina se preparó para huir, para saltar por el otro lado, pero él no fue a por ella. Se dirigió a un sillón de cuero oscuro situado en la esquina, frente a la ventana, desde donde se dominaba la vista del bosque y de la cama. —No es un juego —dijo, dándole la espalda mientras empezaba a desabrocharse los restos de su camisa hecha jirones—. Gabriel entró en mi perímetro. Tocó lo que... —Se detuvo, corrigiéndose con un gruñido—. Te tocó a ti. Se arrancó la tela arruinada, dejando al descubierto la magnificencia de su espalda. A la luz de la luna, Seraphina vio las cicatrices. Líneas blancas y antiguas que cruzaban su piel bronceada, marcas de garras, historias de violencia que explicaban por qué era el Alpha. Era un mapa de brutalidad. —Mi seguridad falló —continuó, tirando la camisa al suelo con desdén—. Isabelle falló. Nadie en esta maldita casa es capaz de protegerte excepto yo. Se giró. Ahora estaba completamente desnudo de cintura para arriba. Su torso era una escultura de poder, cada músculo definido y duro como el hierro. Se llevó las manos a la cintura y comenzó a desabrocharse el cinturón de sus pantalones militares. Seraphina desvió la mirada, el calor subiéndole a las mejillas a pesar del miedo. —¿Qué... qué estás haciendo? —Preparándome para la guardia —dijo él secamente. Se quitó las botas pesadas, dejándolas caer con un golpe sordo, y luego se sentó en el sillón de cuero, estirando sus largas piernas. No se metió en la cama. No intentó tocarla. Simplemente se sentó allí, en la oscuridad, vigilando la puerta y la ventana. Un centinela de piedra. —Esta noche —dijo Ronan, su voz bajando a un susurro ronco que se deslizó bajo la piel de ella—, duermes donde yo pueda verte. Donde pueda olerte. Si Gabriel vuelve, o si Isabelle intenta algo estúpido... tendrán que pasar por encima de mi cadáver para llegar a ti. Seraphina lo miró, acurrucada contra las almohadas que olían a él. Debería sentirse aterrorizada. Estaba encerrada en la habitación de un monstruo. Pero mientras lo miraba, sentado en las sombras, con sus ojos dorados fijos en ella con una intensidad inquebrantable, no sintió miedo. Sintió algo mucho más peligroso. Se sintió segura. La paradoja le hizo doler el pecho. El hombre que la había rechazado era ahora su único escudo. —No voy a poder dormir —murmuró ella, abrazando sus rodillas, sintiéndose pequeña en la inmensidad de su cama. Ronan apoyó la cabeza en el respaldo del sillón, sus ojos brillando en la oscuridad como dos ascuas ardientes. No parpadeaba. No desviaba la mirada. —Inténtalo —respondió él. El silencio cayó sobre la habitación, pesado y cargado de una tensión eléctrica que hacía que el aire crepitara. Seraphina podía escuchar su propia respiración y, más allá de eso, el ritmo lento y profundo del corazón de Ronan. Estaba exhausta. La adrenalina del ataque, el terror por Liam, la magia extraña que había salido de sus manos... todo se desplomó sobre ella de golpe. Sus párpados pesaban toneladas. Se deslizó hacia abajo, permitiendo que la seda negra la cubriera. Su cabeza se hundió en la almohada. El olor de él la envolvió por completo, un abrazo fantasma que la adormecía. Lo último que vio antes de que sus ojos se cerraran fue la silueta oscura de Ronan en el sillón, inmóvil, eterno, vigilando su sueño como un dragón guarda su tesoro más preciado, aunque se negara a admitir que el tesoro era suyo. —Duerme, Seraphina —susurró la oscuridad—. Si puedes.






