Mundo ficciónIniciar sesiónLa amenaza de Ronan, fría y absoluta, se clavó en el corazón de Seraphina. "O lo mataré yo mismo". No fué un grito, sino una promesa, una sentencia pronunciada con una calma aterradora que la dejó sin aliento. Vio el cuerpo inmóvil de Liam, y el mundo se redujo a un túnel de miedo.
No. No podía dejar que pasara. Isabelle, disfrutando del drama desde la columna, soltó una risa baja y venenosa, un sonido como de cristales rotos. —Oh, cielos —dijo, su voz goteando sarcasmo—. Parece que los juguetes humanos se rompen con facilidad. Caminó con gracia, rodeando el cuerpo de Liam como un depredador a su presa. —Mátalo, Ronan. Seraphina se giró para mirarla, incrédula. —¿Qué? —Mátalo —repitió, como si se refiriera a un asunto sin relevancia—. Es un intruso. Un humano que ha visto lo que no debe. Es un cabo suelto, Ronan. Se volvió hacia él, sus ojos azules brillando con desafío. —Demuestra a la manada que tu lealtad es con nosotros, no con la basura humana que recoges. La lógica fría de la declaración fue lo que sacudió a Seraphina de su parálisis. Eso no era una pelea, sino una ejecución. Isabelle no estaba sugiriendo, estaba dando una órden que buscaba acorralar a Ronan. En ese momento, Liam gimió. Fue un sonido bajo, un quejido de dolor que hizo que Seraphina soltara el aliento que no sabía que estaba conteniendo. Seraphina se apartó del agarre de Ronan, sus pasos la acercaron al cuerpo de Liam. Se arrodilló a su lado y colocó su cuerpo como un escudo humano, dándole la espalda al Alpha, de cara al hombre que había venido a salvarla. —Liam, ¿puedes oírme? —susurró, sus manos temblando mientras palpaba su rostro. Había un corte en su frente, sangrando, pero sus ojos se abrieron, vidriosos y llenos de confusión. —Seraphina... —murmuró, su voz débil. —Calma, estarás bien. —Seraphina —la voz de Ronan retumbó detrás de ella. El poder en esa única palabra la hizo estremecerse, cada instinto primario en ella gritando que se arrodillara, que se sometiera, que se apartara de Liam. Pero ella no se movió. Apretó los dientes, el terror dando paso a una furia desesperada. —¡Basta! —gritó, su voz rompiéndose—. Él es inocente, no tiene la culpa de nada. Fué mi culpa, Ronan. —Exactamente —dijo Isabelle, ahora de pie junto a la escalera, una espectadora divertida—. Tu error, pero el problema de Ronan. Termina con esto, cariño. Seraphina se giró lentamente sobre sus rodillas, sin dejar de proteger a Liam, para mirar al hombre que descendía los últimos escalones, antes de detenerse al pie de la escalera. Estaba a solo unos metros. Era una pared de furia contenida. Su mandíbula fuerte estaba apretada como una trampa de acero, y sus ojos grises eran glaciares, fríos e implacables. No miraba a Liam. Miraba la forma en que ella protegía a otro hombre de él. Y en sus ojos, ella vió la verdad. Vió al animal. El depredador que había estado al acecho bajo el traje a la medida y la expresión de indiferencia estaba ahora en la superficie. Él no estaba simplemente enfadado, estaba ofendido a un nivel territorial y primitivo. Y estaba considerando las palabras de Isabelle. El miedo le heló el corazón. Entendió, en ese instante, que sus súplicas serían inútiles.. pero aún podía intentar negociar. Vió la única, peligrosa y desgarradora escapatoria. Miró por encima de su hombro a Liam, que intentaba incorporarse sobre un codo, su rostro pálido y manchado de sangre. Sus ojos se encontraron. El dolor, la confusión y la adoración en la mirada de Liam fueron una daga en el corazón de Seraphina. Tuvo que romperlo. Se puso de pie, un movimiento lento y deliberado, dándole la espalda a Ronan y mirando a Liam. Su sombra cayó sobre él. —Debes irte, Liam. La frase salió de ella con un tono que no reconoció. Sonaba vacía, distante, como si alguien más la hubiera dicho en su lugar. Liam parpadeó, confundido incluso a través del dolor que aún lo doblaba. —¿Qué estás diciendo, Seraphina? No voy a dejarte sola con él. No después de esto. Ella negó con la cabeza. Sentía a Ronan detrás de ella, inmóvil, observándolos como un depredador esperando el desenlace. Cada segundo que Liam permanecía allí era una sentencia escrita. —He dicho que te vayas, Liam —repitió, esta vez con un filo que le cortó la garganta al salir—. ¿No lo entiendes? Liam frunció el ceño, dando un paso torpe hacia ella. —Seraphina, no sabés lo que… —Llamarte fué un error y en verdad lamento haberte causado tanto daño y haberte puesto en esta situación, pero quiero que te marches. No te quiero aquí. El corazón de Liam se rompió visiblemente. El desafío en sus ojos murió, reemplazado por la devastación. —Seraphina, no te entiendo… Seraphina se obligó a mantener una máscara de indiferencia. Si mostraba un solo quiebre, Liam no se iría. Y entonces Ronan cumpliría exactamente lo que había prometido. —No hay nada que entender —pronunció con frialdad—. Solo marchate de una vez. Seraphina retrocedió. Y Ronan hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza. Los dos guardias, que habían estado esperando en silencio, se movieron. Cada uno agarró a Liam por un brazo y lo levantaron del suelo. Él no luchó, estaba demasiado conmocionado. —¡Esperen! —dijo Liam, sus ojos fijos en Seraphina, buscando cualquier señal de que fuera una mentira, pero ella le dió la espalda. Se obligó a enfrentar a Ronan. Él estaba exactamente donde siempre parecía estar. Firme, imperturbable, a un metro de distancia. El Alpha. El monstruo que la había marcado. El dueño de cada latido de pánico en su pecho. Escuchó el forcejeo detrás de ella. Los guardias arrastraban a Liam hacia la puerta principal. Oyó el chirrido de las bisagras y luego la descarga brutal de la lluvia, golpeando contra el piso como un aplauso furioso del mundo exterior. Oyó el cuerpo de Liam caer afuera, y después, el portazo que selló su destino. Se había ido. A salvo. Lejos de Ronan. Un sollozo subió desde lo más profundo de su pecho, tan afilado que casi la dobló. Lo contuvo a la fuerza, tragándolo como un veneno. No iba a llorar, no delante de Ronan, mucho menos delante de Isabelle. No mientras todavía le quedaba un fragmento de orgullo que proteger. Levantó la barbilla. Su cuerpo temblaba, pero sus ojos verdes se encontraron con los del Alpha. No retrocedió. No esa vez. Él la observaba con esa mirada de acero que no revelaba nada, pero que lo veía todo. Isabelle dejó caer lentamente su sonrisa, desconcertada por el rumbo que había tomado la escena, como si por primera vez no entendiera el juego. Seraphina inspiró hondo. Le dolió. Todo dolía. —Él se irá —dijo, su voz apenas un susurro ronco, pero lo suficientemente firme para sellar la sentencia—. No volverá. El silencio se tensó entre ellos. Ronan no reaccionó. No pestañeó. Solo la miró, como si midiera cada fibra de su alma. Y entonces llegó la última parte. La que la arrancó por dentro. —Y yo… —su voz se quebró, pero no se detuvo—...me quedaré. Sus ojos bajaron por voluntad propia, arrastrados hacia el mármol pulido. El gesto fue instintivo. Un reconocimiento silencioso de la fuerza que la dominaba. Un reconocimiento de su dueño. Ronan, como empujado por una fuerza superior, avanzó un paso hacia ella. —Como tu prisionera —terminó, entregándose a la oscuridad de Ronan, poniendo su destino en bandeja de plata para él. Ronan no respondió. Acortó la distancia entre ambos con una lentitud que destilaba control y dominio. Sus ojos de plata recorrieron su rostro una última vez y, antes de apartarse, dejó caer dos palabras que la ataron más fuerte que cualquier cadena, y fueron una respuesta silenciosa a la provocación de Isabelle: —Así será.






