Mundo ficciónIniciar sesiónEl grito de Liam, humano y cargado de pánico, se estrelló contra la burbuja de oscura posesión que Ronan había tejido a su alrededor. Fué como un martillazo sobre un cristal fino.
Seraphina sintió que el cuerpo ancho y duro que la aprisionaba se tensaba, no de miedo, sino de una furia asesina. El calor de la marca en su cuello, que había sido una mezcla de dolor y un placer oscuro, se convirtió instantáneamente en un terror helado. «No, no, no… Liam» Ronan se apartó de ella, y el calor de su cuerpo desapareció, dejándola fría y temblando. Pero su mano permaneció en su cadera por un segundo más, sus dedos clavándose como garras, reteniéndola, como un depredador advirtiendo a otro que no se acercara a su presa. Sus ojos de acero, ahora desprovistos de deseo y llenos de una ira letal, se estrecharon. —Tu príncipe vino a salvarte de la bestia —habló con una ironía mordaz y amarga. Su tacto desapareció, pero antes de que pudiera dar un paso, su mano volvió a tomarla del brazo, firme como un grillete. —Veamos qué tan patético es el humano que has traído a mi propiedad. La arrastró fuera de la habitación. —Ronan, detente. ¡Él solo es mi amigo! ¡No tienes derecho a hacerle daño! —¿Te preocupas por él? —pronunció como si fuera una trampa. Seraphina no cayó, sabiendo que cualquier respuesta podría ser un arma de doble filo. —Él sólo quiere protegerme. ¡Ni siquiera sabe quién eres! —Está a punto de descubrirlo —replicó él, su voz cortante, arrastrándola hacia la gran escalinata. Cuando llegaron al rellano de la escalinata de mármol, el miedo invadió a Seraphina. Liam estaba en medio del vasto vestíbulo, con su chaqueta de jean empapada por la lluvia y el teléfono aún en la mano, como si fuera un arma inútil. Su cabello castaño claro estaba pegado a su frente, y sus ojos, normalmente tan cálidos y amables, estaban desorbitados por el miedo, pero anclados por un desafío terco. Dos de los guardias de Ronan lo flanqueaban, pero no lo tocaban, su cercanía era advertencia suficiente. Y, por supuesto, Isabelle estaba allí. Reclinada contra una columna de mármol, con los brazos cruzados y una sonrisa divertida y condescendiente en sus labios rojos. El caos era un bálsamo para ella. Sus ojos azules y fríos se levantaron y se encontraron con los de Ronan en lo alto de la escalera. Su sonrisa se amplió. —Ronan, amor —ronroneó, su voz goteando un veneno dulce que resonó en el vestíbulo—. Parece que una de tus mascotas se ha perdido. Un humano patético ha entrado —miró a Liam con desdén—. ¿Le muestro la hospitalidad de la manada? La amenaza era obvia. El terror le robó el aliento a Seraphina. La imagen de los gigantescos lobos emergiendo de la oscuridad, sus ojos dorados brillando en la penumbra, la golpeó con la fuerza de un golpe físico. Isabelle no estaba bromeando. En un arranque de pánico que superó su miedo a Ronan, Seraphina se arrancó de su agarre. Sus dedos se deslizaron de su brazo y se apresuró en alejarse y bajar los escalones. —Liam, por favor, debes irte ahora —habló apresuradamente, tratando de mantener la calma. Los ojos de Liam, que habían estado recorriendo la habitación con pánico, se fijaron en ella. El alivio inundó su rostro, un alivio que duró solo un segundo. —Estas personas son extrañas, te lo dije. Debemos irnos, Seraphina, no te dejaré aquí con ellos, no… —Liam hizo silencio. Seraphina estaba al pie de la escalera, tan cerca que la mirada de Liam capturó bajo la luz del candelabro la marca en la unión de su hombro y su cuello. Ella se llevó instintivamente la mano a ese lugar, tratando de ocultarlo, pero ya era tarde. El calor de la marca de Ronan palpitaba allí, extendiéndose por el resto de su cuerpo, incluso sonrojando sus mejillas. Podía sentir la piel magullada bajo sus propios dedos. La marca de propiedad. El rostro de Liam se descompuso. El alivio se convirtió en confusión, y luego en un horror enfermizo que palideció su piel. —¿Qué… qué es eso? —susurró, su voz temblando—. ¿Qué te hizo, Seraphina? Liam levantó la vista, sus ojos llenos de una furia justa y humana. Vió a Ronan, quien descendía las escaleras lentamente, con la calma y el dominio silencioso de un depredador en su territorio. Su mirada gris estaba sobre Seraphina, como si ella fuera la única persona en la habitación. La rabia de Liam, una rabia nacida de años de amor no correspondido y un instinto protector feroz, explotó. —¡Monstruo! —gritó Liam, su voz rompiéndose—. ¡¿Qué le has hecho?! Y antes de que Seraphina pudiera detenerlo, antes de que pudiera explicarle que estaba entrando en un juego que no entendía, Liam hizo lo más valiente y lo más estúpido de su vida. Intentó enfrentarse a Ronan. —¡Liam, no! —gritó Seraphina. Pero fué demasiado tarde. Ronan no se molestó en reaccionar. Seguía allí, detenido a mitad de la escalera como una sombra tallada en mármol, con una mano hundida en el bolsillo y la otra colgando a su lado, la tranquilidad arrogante de alguien que jamás ha tenido que temerle a nada. Liam irrumpió en su dirección con la furia torpe del que ya perdió. Sus pasos tronaron contra la madera, su respiración era un jadeo salvaje. Ronan, en cambio, parecía escucharlo del mismo modo que se escucha un viento molesto golpeando una ventana. El instante antes del impacto se estiró como un hilo tenso. Y entonces Ronan se movió. No para defenderse. No para esquivar. Ni siquiera para golpear. Alzó la mano con la calma de quien aparta algo que estorba su camino. Un simple gesto… pero la energía que brotó de él fue una embestida invisible, devastadora, inhumana. Liam fué arrancado del suelo. El cuerpo del humano fué empujado varios metros, como si hubiera sido golpeado por un coche, hasta impactar con un golpe sordo y enfermizo contra la pared de piedra junto a la puerta principal. Se desplomó en el suelo de mármol. El silencio que siguió fue absoluto, roto solo por la risa ahogada de Isabelle. Seraphina se llevó las manos a la boca, su grito ahogado por el horror. Ronan bajó lentamente la mano. Se alisó la manga de su camisa, un gesto tranquilo que contrastaba grotescamente con la violencia. Luego, levantó su mirada de acero, pasando por encima del cuerpo caído de Liam, hasta encontrar la de ella. Seraphina estaba inmóvil, lágrimas silenciosas deslizándose por su rostro. El alivio apenas la rozó cuando vió a Liam moverse en el suelo, intentó acercarse a él pero entonces una mano fuerte se aferró a su muñeca, deteniéndola. Su piel se erizó al reconocerlo. —Ni se te ocurra —advirtió Ronan. Seraphina miró la fuerte mano de Ronan envolviendo su delgada muñeca. —Dile a… tu amigo —escupió con desdén— que se marche. Los iris verdes de ella subieron lento hasta encontrarse con los orbes plata de él, la promesa de muerte implícita en ellos, haciéndola pasar saliva. —O lo mataré yo mismo.






