El fuego en la cabaña chisporroteaba con un ritmo irregular, como si quisiera marcarles el tiempo en que aún podían respirar. Sofía permanecía sentada frente a las llamas, las manos entrelazadas alrededor de una taza que ya no ardía. Lucía había enviado el último informe apenas unas horas antes: el rastro del abogado europeo se había cortado, pero las cuentas donde había pasado el dinero estaban congeladas. No era la victoria que querían, pero era suficiente para mover la presión hacia donde Nicolás podía golpear.
Adrián la miró de reojo mientras recogía unos mapas y herramientas en una mochila. Había algo en su expresión, una tensión contenida, un cansancio que no dejaba lugar a otra cosa, que hacía que Sofía, por primera vez en semanas, sintiera la fragilidad de todo aquello que estaban defendiendo.
—Mañana pondré otra cortina de humo —dijo Adrián con voz seca—. Si necesitan mover a alguien, será por mi lado.
Ella suspiró, dejando caer la barbilla hacia el pecho.
—No quiero que te a