El cielo de Buenos Aires amaneció limpio, como si la tormenta de la noche anterior nunca hubiera existido, pero en la vida de Sofía Torres, la calma nunca era más que un preludio.
Cuando llegó a la torre principal del conglomerado, los empleados ya se movían con la precisión de un reloj suizo. La presencia de Sofía era suficiente para marcar el ritmo. Adrián la seguía unos pasos detrás, impecable, observando cada detalle con ese instinto que lo hacía peligroso y leal a partes iguales.
—Agenda para hoy —pidió ella al entrar a su oficina.
Su asistente, Laura, le extendió la tableta—. Reunión con el directorio a las diez. Llamado con los inversores europeos a las once treinta. Y una cita solicitada por una mujer llamada Valeria Márquez.
Sofía levantó la vista lentamente.
—¿Valeria Márquez?
—Dijo que era una antigua conocida.
Sofía sonrió con esa clase de sonrisa que no llega a los ojos.
—Confírmala para las doce.
Adrián la observó en silencio. No necesitó preguntar.
Esa expresión fría,