La sala de juntas tenía una luz distinta esa mañana: menos fría, más vibrante, como si el edificio mismo reconociera que algo nuevo se abría paso. Sofía caminó hasta la cabecera con la carpeta bajo el brazo y se detuvo un segundo para observar a los presentes. Los directivos, los socios mayores y algunos inversores internacionales la miraban con expectación, no solo por la propuesta, sino porque ella ya no era la figura que se sostenía por apellidos; era la que tomaba decisiones y obligaba a otros a seguirlas.
Adrián estaba a su lado, tranquilo, leyendo en sus gestos la seguridad que ella necesitaba proyectar. Nicolás, sentado un poco más atrás, observaba desde la sombra; su postura era estoica, pero sus ojos no perdían detalle. Lucía había ocupado uno de los extremos de la mesa: la actriz silenciosa que siempre sabe cuándo intervenir para inclinar la balanza a favor de la razón.
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