El gimnasio olía a limpiador de pisos y sudor fresco con una mezcla de lavanda. Catalina ajustó la correa de su mochila al hombro, intentando ignorar el nudo en su garganta. Miró hacia el ring, la última vez que observó ese ring, Antonio yacía en el suelo, pálido tras el ataque de asma. Ahora, al cruzar la puerta, lo encontró tras el mostrador, reorganizando botellas de proteína. Su perfil, marcado por una cicatriz reciente en la ceja, se tensó al notar su presencia.
Catalina esbozó una sonrisa nerviosa, realmente no sabía cómo comportarse con Antonio después de todo lo que había pasado, mucho menos después de haber pasado la noche con Erick.
—Antonio… —avanzó, aliviada al verlo de pie—. Me alegra que estés mejor—. Es lo único que se le ocurrió decir para romper el hielo.
Él no levantó la vista. Sus nudillos se blanquearon al apretar una caja de suplementos. —¿En serio? —su voz sonó áspera, como si llevara días sin usarla—. No tienes de que preocuparte, estoy bastante bien, de igua