Mundo ficciónIniciar sesiónMateo lo observaba con la mirada más brillante y feliz que había visto en años, como si acabara de ganar un premio de superhéroes con mamá incluida.
—¿Papá? —susurró Mateo, con ese tono esperanzado que le partía el alma—. ¿Vas a decir que sí?
Luciano se quedó en silencio. Todo su instinto gritaba que estaba metiéndose en una locura. Pero la sonrisa de Mateo... esa sonrisa lo desarmó por completo.
Se aclaró la garganta, sin dejar ver el torbellino en su cabeza.
—Está bien... acepto.
Bianca alzó el pulgar.
—Perfecto. No sabes cuánto me alegra encontrar a alguien tan razonable. ¡Esto será pan comido!
Luciano sonrió de lado, resignado.
Y no dijo nada sobre ser un CEO millonario, dueño de una de las empresas más poderosas del país.
Porque, sinceramente, en ese momento… no sabía si estaba viviendo un sueño, una película… o una completa locura organizada por su hijo.
Pero lo cierto era una cosa: Mateo tenía una nueva mamá. Y eso, por ahora, bastaba.
Bianca se levantó de la mesa con seguridad, tomó su bolso y dijo con total naturalidad:
—Voy al baño. No me sigan, no planeo escaparme… todavía.
Luciano la siguió con la mirada, completamente desconcertado, hasta que desapareció tras la puerta del fondo. Luego giró lentamente hacia su hijo.
—A ver, Mateo… ¿qué hechizo hiciste?
El niño se encogió de hombros, con cara de inocente.
—Yo no hice nada, papá. Fue el destino. ¿Viste? ¡Funciona!
Luciano soltó una risa suave, medio nerviosa.
—¿Destino? Esto fue como ver una comedia romántica atropellada por un tren.
—Una comedia con final feliz —dijo Mateo, señalando la silla vacía de Bianca—. Ya tienes esposa, yo tengo mamá. Ganamos.
—No tan rápido, campeón. Aún no nos hemos casado y ya me ofrecieron mensualidad, un contrato no firmado y una boda en siete días.
Mateo sonrió de oreja a oreja, como si todo le pareciera la mejor idea del universo.
Luciano se frotó la sien, respiró hondo y luego bajó la voz.
—Escucha bien. No le puedes decir a Bianca quién soy realmente. Ni una palabra de que soy CEO, ni lo de la empresa, ni lo de los inversionistas japoneses, ni que tengo un jet. ¿Entendido?
Mateo asintió con solemnidad.
—¿Entonces qué le digo si pregunta?
—Le dices que... vendo arroz por catálogo.
—¿En serio?
—No, pero suena aburrido, y eso la mantendrá lejos de hacer preguntas.
Mateo soltó una carcajada.
—Estás loco, papá. Pero me gusta esta versión tuya.
—Y yo no sé si esto es una trampa, una bendición o el inicio del apocalipsis, pero tú estás feliz… y eso es lo único que importa.
Justo entonces, Bianca volvió a salir del baño, impecable, como si hubiera rehecho todo su maquillaje en diez segundos.
Luciano y Mateo se acomodaron como si no hubieran dicho nada extraño.
—¿Me perdí de algo? —preguntó ella, tomando asiento.
Luciano sonrió… como si nada.
—Para nada. Solo estábamos hablando de arroz.
Bianca se acomodó en la silla tras regresar del baño, mirándolos a ambos con una expresión más serena. Había algo en sus ojos, una mezcla de determinación y vulnerabilidad.
—Nos hemos saltado lo más básico —dijo con suavidad, mirando primero a Mateo y luego a Luciano—. No nos hemos presentado.
Luciano asintió con un gesto tranquilo.
—Tienes razón. Luciano Del Valle —dijo, tendiéndole la mano con discreción y sin afectación.
—Luciano... —repitió ella, sin prestarle atención al apellido, simplemente dejando que el nombre flotara en el aire—. Yo soy Bianca.
Ambos se estrecharon la mano. Fue un apretón breve, firme, sin titubeos, pero cargado de un extraño significado.
—Mucho gusto —añadió ella, sonriendo apenas—. Aunque parece que ya hemos cruzado varias etapas sin conocernos.
—Eso parece —respondió él, bajando la mirada un segundo hacia su hijo, que observaba la escena con un brillo de satisfacción en los ojos.
—¿Te parece si intercambiamos números? —propuso Bianca, sacando su celular—. Digo, si vamos a casarnos en una semana... será útil tener tu contacto.
Luciano tomó el teléfono, escribió su número y lo devolvió con un gesto casi tímido.
—Ahí está —dijo simplemente.
Bianca sonrió.
—Perfecto. No sé qué estamos haciendo exactamente, pero... gracias por seguirme el paso. No todos lo harían.
Luciano la miró en silencio por un segundo. Luego asintió con suavidad.
—A veces uno solo... siente que debe hacerlo.
Bianca desvió la mirada un instante. El ambiente se volvió más tranquilo, como si de repente ambos entendieran que, aunque absurdo, todo tenía un extraño sentido.
Bianca tomó un sorbo de agua mientras revisaba la hora en su reloj. La comida había fluido sin complicaciones, aunque seguía sintiendo que había algo en el ambiente que no encajaba del todo. Aun así, se levantó con elegancia y recogió su bolso.
—Bueno, ya es tarde. ¿Quieren que los lleve a casa? No me toma nada desviarme un poco —dijo con amabilidad, mirando a Luciano y luego a Mateo.
Mateo, con los ojos iluminados de emoción, negó rápidamente con la cabeza.
—No, gracias. ¡Nosotros tenemos el auto más veloz del universo! —dijo con orgullo, inflando el pecho.
Bianca soltó una leve risa, sorprendida por la seguridad del niño. Luciano carraspeó un poco, notando la mirada curiosa de ella.
—Hoy... andamos en el auto de mi jefe —aclaró con una sonrisa forzada, lanzándole una mirada rápida a su hijo—. No es tan veloz como él dice, pero... cumple su función.
Bianca asintió, aunque una sombra de duda cruzó su mirada por un segundo.
—Ya veo...
Mateo solo sonrió y volvió a tomar la mano de su padre, feliz con el rumbo de los acontecimientos. Luciano, en cambio, sintió por dentro una mezcla de intriga y precaución. Las cosas estaban ocurriendo demasiado rápido… y ni siquiera ella sabía quién era él realmente.
—Entonces... —dijo Bianca mientras ajustaba la correa de su bolso sobre el hombro—, espero verlos pronto. Fue... diferente, pero agradable.
Luciano asintió con una media sonrisa.
—Sí, lo fue. Cuídate.
Mateo, con una sonrisa de oreja a oreja, le lanzó un beso al aire.
—¡Adiós, futura mamá!
Bianca soltó una pequeña carcajada y negó con la cabeza mientras se giraba para salir. Caminó con paso firme, elegante, hasta perderse entre las puertas de vidrio del restaurante.
Luciano y Mateo se quedaron unos segundos en silencio.
—Bueno, hora de irnos —dijo Luciano, tomando la chaqueta de su hijo y echándosela al hombro.
Padre e hijo caminaron tranquilamente hacia el estacionamiento. Luciano presionó el control del auto y las luces de un elegante sedán negro parpadearon al desbloquearse.
Mateo corrió emocionado hacia la puerta del copiloto mientras Luciano rodeaba el coche para entrar.
A unos metros de distancia, Bianca, desde su propio auto, alcanzó a ver el momento exacto en que ambos se subían. Frunció levemente el ceño, sorprendida.
—¿Ese no es un Aston Martin...? —murmuró para sí, con los labios ligeramente entreabiertos.
Pero luego recordó lo que Luciano había dicho: “Es el auto de mi jefe.”
—Vaya... —murmuró para sí, alzando una ceja con curiosidad—. Ese jefe sí que tiene plata.
Encendió el motor de su coche y se incorporó al tráfico con una media sonrisa, aún intrigada por la extraña pero encantadora coincidencia que acababa de vivir.







