Inicio / Romance / El pequeño jefe y su nueva mamá. / Capítulo 3: El regreso al nido envenenado
Capítulo 3: El regreso al nido envenenado

Bianca empujó la pesada puerta de madera, dejando entrar con ella una bocanada de aire frío que se mezcló con el aroma a rosas que siempre flotaba en el vestíbulo. Ese perfume era un recuerdo de su madre, como si aún caminara por esos pasillos con elegancia silenciosa… pero todo lo demás ya no era igual.

—Llegas tarde —dijo una voz suave, falsa como una sonrisa de serpiente.

Francisca estaba allí, impecable en su vestido de lino beige, sentada en uno de los sillones antiguos del salón principal. Su copa de vino giraba entre sus dedos, mientras sus ojos la escaneaban de pies a cabeza con ese juicio disimulado tras una máscara de “preocupación”.

—Buenas noches, tía —respondió Bianca con una expresión tranquila, pero firme. No había aprendido a sobrevivir allí siendo ingenua.

—Espero que no estés saliendo demasiado —añadió Francisca, levantándose con elegancia forzada—. No quiero que te distraigas de lo importante.

—¿Como qué? ¿Respirar correctamente en esta casa? —murmuró Bianca mientras colgaba su bolso.

Francisca sonrió, fingiendo no escuchar.

—Sabes bien que tu madre confiaba en que hicieras lo correcto. Todo está claro en el testamento… si no te casas antes de cumplir los veinticinco...

—Lo sé, tía. No me lo recuerdas nunca. Solo cada hora —dijo Bianca, pasando a su lado con una mirada helada.

Desde las escaleras, una voz más chillona se sumó a la escena.

—¿Cómo va la búsqueda del príncipe azul? ¿O ya te resignaste a vivir con nosotros para siempre? —Patricia bajaba los escalones como si fuera la protagonista de una telenovela.

Lucía perfecta, como siempre: demasiado maquillaje, demasiado perfume, y demasiado entusiasmo cuando se trataba de hacerla sentir menos.

—Hola, prima —dijo Bianca con un tono tan dulce que solo alguien muy atento notaría la ironía—. No sabía que te preocupabas tanto por mi vida amorosa.

—Claro, querida —respondió Patricia, sonriendo con malicia—. Solo me gustaría que todo saliera… como debe ser.

Bianca la miró de frente, sin bajar la guardia. Sabía lo que esa sonrisa escondía: Patricia no deseaba que encontrara a nadie. Su plan era claro desde hacía tiempo. Si Bianca no cumplía con la condición del testamento, toda la herencia pasaría a manos de Patricia y, eventualmente, de su amada tía Francisca.

Pero Bianca no estaba dispuesta a ceder.

No esta vez.

Subió a su habitación con paso firme, cerrando la puerta detrás de sí. Se quitó los zapatos, se dejó caer sobre la cama y miró al techo.

Luego sonrió sola.

—Una semana, ¿eh? Bueno, Luciano... veamos si el destino tiene sentido del humor.

Bianca se sentó frente al antiguo tocador de su madre, ese mueble elegante que parecía conservar la esencia de quien fue. El mármol blanco aún relucía bajo la tenue luz de la lámpara, aunque el brillo no venía de la limpieza, sino del peso de los recuerdos. Acarició la superficie con la yema de los dedos, lentamente, como si con ese gesto pudiera llamar de vuelta a la mujer que tanto extrañaba, como si pudiera absorber su fortaleza en silencio.

Allí, justo donde siempre estuvo, seguía la pequeña caja de música. Polvorienta, intacta, fiel. Esa que su madre solía hacer sonar cuando el cielo se quebraba en tormentas y Bianca era solo una niña temerosa que buscaba refugio entre sus brazos.

La abrió con un suspiro contenido.

El sonido de la melodía brotó como un susurro del pasado. Era una canción triste, pausada, como si cada nota arrastrara un recuerdo. Y Bianca, por un momento, cerró los ojos y se dejó llevar. Pudo imaginar a su madre allí, peinándose el cabello frente al espejo, lanzándole una sonrisa desde el reflejo. Fuerte. Elegante. Invencible.

Una lágrima se escapó sin permiso, cayendo silenciosa sobre el mármol.

Pero no era debilidad.

Era rabia.

Era impotencia.

Era el luto que nunca terminó porque, desde el día en que su madre cerró los ojos, ella no había podido permitirse caer. Porque no solo perdió a la mujer que más amaba, sino también la paz, el hogar… y el respeto dentro de su propia familia.

Desde entonces, vivía rodeada de miradas que deseaban su fracaso. Francisca, con su falsa dulzura y esa voz almibarada que la trataba como una invitada incómoda en su propia casa. Patricia, con su risa arrogante, que no perdía oportunidad de recordarle que el tiempo se acababa, que si no se casaba antes de su cumpleaños, todo lo que su madre construyó pasaría a otras manos.

Pero no.

No lo permitiría.

No después de tanto. No después de todo.

Se inclinó sobre el tocador, clavando los ojos en su propio reflejo. Ya no era la niña temerosa que buscaba protección durante las tormentas. Ahora, la tormenta era ella.

—No me rendiré, mamá —susurró con voz temblorosa, pero firme—. No les dejaré nada. Esta casa, tu empresa, tu nombre… todo será mío.

Y no porque me lo den.

Porque lo tomaré.

Te lo prometo.

Y esta vez, la promesa no era un susurro al viento, era un juramento grabado con fuego en su alma.

Justo cuando cerraba con delicadeza la pequeña caja de música, como si al hacerlo pudiera guardar también el eco de su madre y todo lo que esa melodía significaba, el celular de Bianca vibró sobre el tocador. El sonido rompió el silencio íntimo de la habitación. Se quedó unos segundos mirándolo, sin intención de tocarlo. Pensó que sería Patricia, con alguno de sus comentarios sarcásticos, o su tía Francisca, fingiendo preocupación.

Suspiró y tomó el móvil con desgana.

Pero el remitente era un número desconocido.

Abrió el mensaje con algo de curiosidad.

 “Hola señora del vestido azul. Soy yo, Mateo. No le diga a mi papá que le escribí, agarré su celular porque él se distrae viendo cosas aburridas. Solo quería decirle que usted me cayó bien. Mucho. Creo que va a ser una buena mamá. Y mi papá también la miraba como si fuera un postre rico (¡eso es bueno!).”

Bianca parpadeó, desconcertada al principio. Luego, una sonrisa le curvó los labios, cálida, real.

Había algo profundamente inocente en ese mensaje, pero también increíblemente humano. Como si ese niño hubiera roto, con pocas palabras, la burbuja fría que la envolvía desde hacía años.

Apenas estaba procesándolo cuando otro mensaje llegó:

 “Ah, y le prometo portarme bien si usted se casa con mi papá. Fin del comunicado secreto.”

Esta vez, soltó una pequeña risa, apenas un susurro que se perdió entre los acordes lejanos de la caja de música.

La pantalla iluminada en su mano, el corazón latiéndole con una mezcla de ternura y sorpresa.

No sabía en qué acabaría todo aquello. No conocía realmente a Luciano, ni comprendía del todo por qué había seguido el juego en ese restaurante. Pero había algo en Mateo… algo en su forma de mirarla como si ya perteneciera a su mundo… que la desarmaba.

Y por primera vez en mucho tiempo… Bianca sintió que no estaba sola.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP