El convento estaba en silencio, pero no en paz. Como si los muros antiguos supieran que algo se movía entre ellos, algo que no tenía forma pero sí intención. Las hermanas rezaban, atendían sus labores, sonreían con la misma rutina de siempre… pero los ojos de algunas miraban demasiado, hablaban poco, y escondían más.
Elena sentía las miradas. No eran de juicio, sino de sospecha. Había rumores. Palabras sueltas que caían como gotas antes del diluvio.
—Dicen que alguien lo ayudó a escapar —murmuró Sor Emilia.
—Dicen que alguien delató a Teo —respondió otra.
Pero lo que nadie decía en voz alta… era que alguien dentro del convento deseaba que Dante no regresara.
⸻
Mientras tanto, a varias cuadras de distancia, Dante entraba por la fuerza al restaurante abandonado de Vittorio. Alexander cubría la entrada.
—Nada todavía en la lista de llamadas interceptadas —le informó por el auricular—, pero alguien en el convento está pasando mensajes por escrito. Papeletas escondidas entre Biblias, servi