Dudas entre rosarios

Elena caminaba por el claustro con el rosario entre los dedos. Las cuentas de madera resbalaban entre ellos como si quisieran escapar. Cada oración parecía un susurro ahogado entre los muros de piedra. Y sin embargo, su alma estaba en silencio. No por paz, sino por confusión.

Había amado a Dios con fervor. Había creído que su destino estaba entre cánticos y votos. Pero ahora… el rostro de Dante ocupaba sus noches, su respiración, su cuerpo entero.

En el jardín, Lucía la esperaba bajo el limonero. Había traído un par de rebanadas de pan con miel, intentando que al menos desayunara algo.

—No comiste nada anoche —dijo con dulzura.

Elena se sentó a su lado, sin fuerza para mentir.

—No tengo hambre.

Lucía le ofreció el pan de todos modos.

—Te estás apagando, Elena.

La novicia guardó silencio. Luego, con voz baja, confesó:

—Anoche lo vi rezar. En la capilla. Solo. Sin palabras. Y me di cuenta… que él también quiere salvar algo. No sé si su alma, su amor, o este lugar. Pero quiere salvarlo.

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