En una bodega abandonada a las afueras de la ciudad, el sonido de los ventiladores industriales resonaba entre las paredes de metal corroído. La única fuente de luz provenía de varias pantallas que parpadeaban, mostrando líneas de código en constante movimiento.
Una figura encapuchada estaba sentada frente a una serie de monitores, sus dedos tecleaban con precisión, como si cada comando estuviera perfectamente calculado. En una de las pantallas, aparecían los sistemas de seguridad de Santacruz Tech y Innova Corp, con múltiples intentos de acceso no autorizado.
—Vamos… muéstrame lo que escondes —susurró la persona con voz grave.
Un error en el código hizo que la pantalla se congelara por un segundo. El hacker maldijo en voz baja y reajustó la secuencia. La información era valiosa, pero no podía permitirse ser detectado.
En otro monitor, aparecían correos electrónicos interceptados. La figura sonrió con malicia al leer algunos mensajes entre José Manuel y su equipo de seguridad.