Eliana se había levantado temprano esa mañana. Se notaba distinta, más tranquila, más sonriente. Llevaba días preparando cada detalle, escogiendo los ingredientes más frescos del mercado, probando recetas nuevas y otras heredadas de su madre. La casa olía a comida casera, a calidez, a hogar. Samuel la había ayudado a poner la mesa, aunque entre risas y distracciones, terminó colocando los cubiertos en desorden. No importaba. Ella lo miraba con ternura, sabiendo que aquel momento quedaría grabado en su memoria para siempre.
A eso del mediodía, el sonido del timbre interrumpió la calma del ambiente. Samuel corrió hacia la puerta con una emoción que le vibraba en el cuerpo. Abrió de par en par y gritó con entusiasmo:
—¡Gabriel! ¡Tío Isaac! ¡Tía María José!
María José sonrió con dulzura al ver al niño y se agachó para abrazarlo con fuerza. Gabriel, con sus ojitos brillando de emoción, se lanzó también a los brazos de Samuel, quien lo recibió con cariño, como si fuera un hermano menor al q