—Samuel —dijo José Manuel con voz suave, mientras lo sentaba sobre sus piernas—, ¿recuerdas que siempre he sido sincero contigo?
El niño alzó la mirada hacia él, curioso, con esos grandes ojos que tantas veces lo habían desarmado, con la inocencia intacta y la confianza completa de quien nunca ha dudado de nada.
—Sí, papi. Tú siempre me dices la verdad… y también que me amas. ¿Pasó algo? ¿Me vas a contar algo secreto?
José Manuel asintió despacio, tragando saliva, sintiendo cómo el pecho comenzaba a pesarle como si cada palabra fuera una piedra que llevaba tiempo cargando.
—Sí… te amo más de lo que imaginas, y sí, también te voy a contar algo. Algo que… que quizás no entiendas por completo ahora, pero que confío que algún día vas a comprender. Pero para eso necesito que seas fuerte.
—¿Fuerte? —repitió Samuel, y se irguió con orgullo—. ¡Papi! ¡Y no hay nadie más fuerte que un ninja como yo!
José Manuel rió con ternura, apretándolo con fuerza contra su pecho por unos segundos. Ojalá pud