El pasillo del hospital estaba bañado por una luz tenue de la mañana. Eliana, que se había quedado despierta la mayor parte de la noche al lado de Samuel, había salido unos minutos a tomar aire mientras una enfermera lo vigilaba. Fue entonces cuando María José, con el corazón galopándole en el pecho, se acercó con José Manuel hasta el consultorio del laboratorio, donde los esperaba la técnica encargada del procedimiento.
No intercambiaron muchas palabras en el camino. Ambos caminaban con los labios sellados, como si el más mínimo murmullo pudiera derrumbar la delgada estructura de calma que habían conseguido construir desde que Samuel enfermó. La puerta del laboratorio se cerró detrás de ellos con un clic suave pero determinante.
—¿Están listos? —preguntó la técnica con una sonrisa cordial.
José Manuel asintió con la mandíbula apretada. María José, aunque intentaba mantener la compostura, sentía un leve temblor en las manos mientras le extendían el documento de consentimiento. Lo firm