El silencio que los abrazaba seguía siendo cómodo, casi sagrado. Eliana aún tenía la cabeza apoyada en el hombro de José Manuel, y él no se movía, como si temiera romper la delicadeza del momento. No hacía falta hablar. El calor compartido bastaba. El eco de lo que fueron, y lo que tal vez estaban empezando a ser otra vez, llenaba el aire con una tibieza que dolía… pero también reconfortaba.
Pero Eliana no podía quedarse ahí mucho más. No sin decir lo que llevaba dentro.
Se enderezó despacio, sin brusquedad, y lo miró a los ojos. José Manuel percibió el cambio enseguida. La forma en que su cuerpo se recogía apenas, como quien se protege antes de decir algo incómodo.
—José… —empezó, bajando la mirada solo un instante antes de alzarla otra vez—. Necesito pedirte algo.
—Dímelo —dijo él sin dudar, con una suavidad que casi la desarmó.
Ella tragó saliva. Le costaba hablar, pero lo hizo igual, con firmeza, como todo lo que hacía cuando algo realmente le importaba.
—Por favor… no le digas na