Capítulo 277 El beso que no es despedida.
El reloj marcaba las dos con doce minutos cuando Samuel soltó el suspiro más grande del día. Estaba sentado en el sofá con la mochila ya en la espalda y el peluche del dragón bebé asomándose por la cremallera abierta. Eliana apareció desde la cocina con una manzana y una barra de cereal, y se las entregó con una sonrisa melancólica.
—Por si les da hambre en el camino —dijo, acariciando el cabello del niño.
—Gracias, Eli… —murmuró Samuel bajito, con voz algo apagada.
José Manuel apareció un segundo después con las llaves del auto en una mano y la chaqueta en la otra. Observó la escena con una mezcla de ternura y resignación. El hogar que por un día había sido también suyo volvía a quedar atrás.
—Bueno —dijo él, tras un breve silencio—. Es hora de irnos. Gracias por todo, Eliana. De verdad.
Ella asintió con una media sonrisa.
—Gracias a ustedes… por traerme un pedacito de felicidad. Lo necesitaba más de lo que creía.
José Manuel la miró un segundo más de lo necesario, pero no dijo nada.