La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz cálida que se filtraba desde el pasillo. Afuera, el viento mecía las ramas de los árboles, y el silencio parecía haberlo cubierto todo con una manta invisible de paz.
Eliana estaba recostada de lado, con Samuel pegado a su pecho, dormido profundamente. Su respiración era pausada y cálida. La forma en que el pequeño se había enredado entre sus brazos, con la mejilla apoyada en su clavícula, la hacía sentir como si ese momento hubiera sido creado por el universo solo para ellos.
Ella no dormía.
Su cuerpo estaba quieto, pero su mente no encontraba descanso. Una mezcla de ternura, nostalgia, tristeza y miedo le daba vueltas por dentro. Tenía el corazón lleno… pero también herido.
Pasó sus dedos con suavidad por el cabello suave de Samuel, que se había convertido en un refugio para sus emociones. El niño era un puente entre lo que fue y lo que quizás, algún día, podría ser. Un alma pura que no conocía de rencores, solo de amor.