Eliana despertó sobresaltada.
No había tenido una pesadilla. Tampoco un sobresalto físico. Era algo más profundo, más visceral. Como si una puerta, en algún rincón olvidado de su mente, se hubiese abierto de golpe.
Se sentó en la cama, respirando agitadamente. Andrea, que dormía en el sillón, se incorporó de inmediato.
—¿Eliana? ¿Qué pasa? ¿Te sientes mal?
Pero Eliana no respondió. Sus ojos estaban fijos en la nada, y poco a poco comenzaron a llenarse de lágrimas.
—Andrea… —susurró—. Lo recuerdo todo.
Andrea se acercó con cautela.
—¿Qué recuerdas?
—Todo… —repitió con voz ahogada—. José Manuel… Samantha… la universidad… el proyecto…
Y entonces, las imágenes se agolparon en su mente, como una película reproducida en cámara rápida.
Ella, en el campus, joven, con sueños enormes y una sonrisa brillante. José Manuel caminando a su lado, tomándole la mano. Eran pareja, una pareja que compartía más que sentimientos: compartían metas, trabajo, ilusiones. Habían sido seleccionados para liderar