El almuerzo transcurría con una falsa normalidad. Samuel comía con entusiasmo, haciendo ruiditos entre bocado y bocado, mientras Eliana fingía estar más interesada en la pasta que en las dos presencias masculinas a su lado. José Manuel intentaba disimular su incomodidad tras la sonrisa, e Isaac apenas tocaba su comida.Había algo tenso en el ambiente, como una cuerda estirada al límite.—¿Puedo repetir, Eli? —preguntó Samuel, con su carita llena de salsa.—Claro, mi amor —respondió Eliana con dulzura, acariciándole el cabello.José Manuel se levantó para servirle, con una sonrisa sincera. Isaac se limitó a observar a Samuel como si no quisiera hablar… pero entonces, el niño soltó la frase que haría caer el almuerzo como una bomba.—¿Isaac, cuándo me vas a volver a llevar a tu casa para jugar con Gabriel? ¡Y también quiero volver a comer las galletas de Majo!Isaac se atragantó con el agua que acababa de tomar, mientras José Manuel detuvo el movimiento de su cuchara en el aire. Eliana
Eliana sintió un nudo en la garganta. La culpa comenzó a treparle por la espalda.—¿Y María José? ¿Ella sabe que él pasa tanto tiempo conmigo?—Sí. No es fácil para nadie, Eliana. Pero María José entendió algo: que Isaac no podía dejarte sola. Que eras una parte vital de su vida. No su pareja, no la madre de su hijo… pero alguien a quien ama profundamente, aunque sea de otra forma. No podía abandonarte. ¿Tú habrías hecho lo mismo por él?Ella no respondió. No necesitaba hacerlo. José Manuel la miró con dulzura.—No estoy diciendo que no tengas derecho a sentirte dolida. Lo tienes. Que él no te haya dicho nada antes… duele. Pero te juro que no lo hizo por egoísmo. Lo hizo porque pensó que estaba protegiéndote. Y en el fondo, él también se estaba protegiendo del dolor.—¿Y ahora? ¿Qué se supone que haga? ¿Sonrío y lo abrazo?—No —respondió José Manuel—. No finjas nada. Solo… trata de ponerte en su lugar. De ver el panorama completo. Porque a veces, juzgamos con el corazón herido y no co
Eliana se encontraba sentada en el sofá del estudio, con la mirada perdida en la ventana. La tarde se deslizaba lentamente entre las sombras de los árboles que danzaban con el viento. Un leve dolor de cabeza la acompañaba desde el amanecer, pero no era físico… era la consecuencia de cargar con tantas emociones acumuladas. Recordar fragmentos sueltos de su vida, dudar de sí misma, sentir enojo, tristeza, y a ratos, una extraña esperanza.El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. José Manuel, que pasaba por el pasillo, fue a abrir la puerta. Un murmullo de voces llegó hasta ella, y unos segundos después, los pasos firmes de tacones resonaron por la casa.—¿Eliana? —dijo una voz familiar desde el umbral del estudio.Ella alzó la vista lentamente y sus ojos se iluminaron al instante.—¡Andrea!La joven asistente dejó su bolso a un lado y corrió hacia ella, abrazándola con ternura, con una mezcla de contención, emoción y alivio.—¡Dios mío, estás aquí, estás bien! —murmuró Andrea,
Eliana seguía abrazada a sí misma, sintiendo la maraña de emociones que Andrea había removido con sus palabras. El peso de la incertidumbre era demasiado grande para ignorarlo, y aunque una parte de ella quería huir de todas esas sensaciones nuevas y desconocidas, la otra parte deseaba entender... recordar… sentir.Se volvió hacia Andrea, con el rostro bañado en una mezcla de confusión y esperanza.—Andrea… —murmuró, tragando saliva antes de animarse a formular su pregunta—. Si yo estuviera en sano juicio… si tuviera mi memoria completa… ¿crees que estaría con José Manuel? ¿O habría elegido estar sola?Andrea suspiró hondo. Se acercó y se sentó junto a ella en la cama, como si necesitara estar más cerca para poder decir lo que venía.—Eliana… tú siempre fuiste muy fuerte, muy independiente. De esas mujeres que parecen no necesitar a nadie para salir adelante. Y, ante todos, te mostraste así también con José Manuel. Indiferente. Distante. Pero —hizo una pausa, mirándola con una ternura
Isaac respiró hondo frente a la puerta de la habitación. Dudó unos segundos, con la mano a medio levantar, antes de atreverse a tocar suavemente.Del otro lado, Eliana levantó la cabeza al escuchar el llamado.—Adelante —dijo, con voz tranquila.Isaac abrió la puerta y entró despacio, llevando consigo una mezcla de nerviosismo y tristeza en su expresión.—Hola —saludó, esbozando una sonrisa tímida.—Hola —respondió ella, sentándose mejor en la cama.Se miraron por unos segundos, como si ninguno supiera bien cómo empezar esa conversación que ambos sabían que sería difícil.Finalmente, fue Isaac quien rompió el silencio.—He venido a despedirme —dijo, su voz apenas un susurro—. Sé que después de lo que pasó en el almuerzo estás enojada... y lo entiendo. Pero ya debo irme.Eliana bajó la mirada, sintiendo una punzada de culpa.—Isaac... —empezó, pero él levantó una mano, pidiéndole que lo dejara continuar.—No quiero que pienses que te oculté algo por mala intención —añadió, acercándose
La noche avanzaba lentamente. Y algo en el ambiente se sentía diferente. Isaac estaba sentado en el salón, tratando de distraerse con el televisor encendido, pero sus pensamientos no lo dejaban en paz. Su mente no podía apartarse de Eliana y de todo lo que había sucedido entre ellos. La confusión, las emociones a flor de piel, y ese vínculo que parecía inquebrantable, aunque estuviera marcado por tantas sombras.De repente, escuchó un sonido inconfundible que lo sacó de su trance: un leve gemido, seguido del sonido inconfundible del vómito en el baño. Isaac se levantó al instante, dejando el control remoto sobre la mesa. El miedo se apoderó de él y, por un momento, se paralizó.Corrió hacia el pasillo y se detuvo frente a la puerta del baño, donde el sonido continuaba. Con un golpe de mano en la madera, tocó suavemente antes de abrir.—¿María José? —su voz sonaba preocupada, casi rasposa por la tensión que sentía. La puerta estaba entreabierta, y cuando la empujó, la vio allí, arrodil
El sentimiento de tristeza comenzó a transformarse en algo más grande, algo que había estado guardando dentro de sí misma durante tanto tiempo: una chispa de lucha. Una chispa que había encendido su fuego interno. Recordó a Gabriel, a su hijo, y cómo él había estado siempre a su lado, apoyándola en cada paso, en cada momento difícil. —Voy a luchar por Gabriel —dijo en voz baja, sus palabras llenas de una determinación renovada. "Voy a luchar por él, no me voy a rendir, ni por él, ni por mí misma."María José se levantó de la cama y se acercó a la ventana, mirando las luces que iluminaban la ciudad. "Voy a luchar por mí, por mi salud, por mi felicidad. Y si Isaac no puede verme ahora, algún día lo hará. Pero no voy a esperar más. No voy a quedarme esperando a que algo cambie por sí solo. Voy a cambiar yo."Con esas palabras en su mente, se secó las últimas lágrimas y respiró profundamente. Sabía que la batalla que tenía por delante no iba a ser fácil. Pero también sabía que ya no era
Julio sonrió levemente, aliviado por el tono amigable de María José. La tensión entre ellos era palpable, pero también había algo de complicidad, una conexión que el tiempo no había borrado.—No te preocupes. Te trataré como si fuéramos viejos amigos. —dijo él, intentando suavizar el ambiente. A pesar de su profesionalismo, había algo en la forma en que la miraba que mostraba su emoción. Recordaba con claridad los días de universidad, sus risas, las largas charlas en la cafetería… y sobre todo, lo que nunca se atrevió a decirle: que siempre la había querido.María José se acomodó en la silla, mientras él comenzaba a revisar su expediente médico.—Bueno, María José —comenzó Julio, intentando concentrarse en la consulta y no en el recuerdo de su antiguo amor—, veo que has solicitado este tratamiento después de haber investigado sobre nuestras opciones. Es importante que sigamos un plan adecuado para tu situación. Pero antes de empezar, quiero que sepas que voy a hacer todo lo posible pa