Eliana caminaba por el pasillo del hospital con el corazón en un puño. La escena era demasiado parecida a aquella que aún marcaba sus pesadillas: luces blancas, paredes frías, pasos apresurados… y la incertidumbre instalada como sombra en el pecho. José Manuel iba a su lado, con el rostro tenso, el silencio pegado a la garganta y los puños cerrados.
Los había llamado la doctora principal de pediatría para una reunión urgente tras los últimos exámenes de Samuel.
Entraron a una pequeña sala de reuniones. El ambiente estaba cargado de una quietud incómoda. La doctora los saludó con una expresión grave, pero amable. Cerró la puerta tras de sí, tomó asiento y abrió una carpeta con documentos.
—Gracias por venir tan rápido. Antes de entrar en detalles, quiero que sepan que Samuel está estable. Está en observación y monitoreado. Por ahora, no hay riesgo inminente. Pero necesitamos hablar con franqueza.
Eliana contuvo el aliento.
—¿Qué pasa con él? —preguntó José Manuel, directo, aunque con v