Eliana soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
José Manuel… se quedó completamente inmóvil.
Una pausa densa. Inesperada. Dolorosa.
Samuel no se daba cuenta de lo que había dicho, o tal vez sí, pero a su manera infantil.
José Manuel dejó lentamente el vaso en la mesa. No levantó la vista. Eliana podía ver cómo sus dedos se crispaban contra la madera. Su respiración cambió.
Y entonces, la tensión llenó el aire como una nube espesa.
Eliana intentó aligerar el momento.
—Amor… eso no es tan fácil como parece —dijo con suavidad, sonriendo.
—¿Pero por qué no? —insistió Samuel, con la frente fruncida—. Si dos personas se quieren, se perdonan. Eso dicen en los cuentos… y en la vida real también.
José Manuel levantó la vista por fin. No miró a Samuel. Miró a Eliana.
Y en esa mirada había tanto: culpa, deseo, amor… y miedo.
—Samuel… —empezó él, con voz baja—. A veces, aunque uno quiera… reparar algo toma tiempo.
—Pero si ya están aquí —dijo Samuel bajito, como si esa fuera su última c