La escena era absurda, cómica, sencilla… y perfecta.
Por un instante, parecían una familia.
Eliana lo notó. José Manuel apartó la mirada un segundo, pero ella ya lo había visto. También lo sintió. El aire se volvió un poco más denso. No incómodo, pero sí real. Como si el juego hubiera tocado una fibra demasiado viva.
—Samuel —dijo Eliana suavemente—. ¿Y si ahora le damos un respiro al brujo vencido? Parece que necesita… un café mágico.
—¡Buena idea! —dijo Samuel y corrió hacia la cocina.
Eliana se acercó lentamente a José Manuel, que se había reincorporado en el sofá.
—¿Estás bien? —preguntó, bajando un poco la voz.
—Sí —respondió él, mirándola de reojo—. Solo… es mucho. Pero en el buen sentido.
—Lo sé —susurró ella—. Yo también lo siento.
Ambos se quedaron en silencio. Y en medio de ese silencio, Samuel volvió con dos tazas: una para cada uno, con leche tibia y un toque de cacao.
—¡Listo! Café mágico para que se lleven bien —anunció, colocándoselas en las manos.
—¿Nos llevamos mal? —