Adiós, señor Van Ness.
Amanda no supo con exactitud cuánto tiempo llevaba encerrada en el baño de mujeres, y tampoco le importó.
No era como si alguien la estuviera esperando.
Daniel se lo había dejado claro con mucha frialdad, la quería lejos de la empresa.
Y lo peor era que, en ese momento, a ella también le parecía la única salida sensata.
La imagen que le devolvió el cristal apenas se parecía a la mujer que había llegado emocionada a su primer día de trabajo.
Tenía los ojos hinchados, enrojecidos, el rostro apagado por el llanto y la piel salpicada de ese tono moteado que siempre le quedaba cuando lloraba demasiado.
No podía permitir que la vieran así.
No les regalaría también el espectáculo de su derrumbe.
Abrió la llave del lavabo y dejó correr el agua unos segundos antes de mojarse la cara. Se enjuagó los ojos, se dio pequeños toques bajo las pestañas, intentando calmar el a