Capítulo 4

Andrew paga aquel descomunal anillo sin siquiera preguntar el precio.

Yo ya sé que era el más caro, claro. Conociendo a Hellen, esa información me llegará más tarde… como un veneno.

El segundo en el que me sentí Cenicienta se esfuma. Los tacones prestados me dejan una roncha en el pie con la que mañana tendré que correr por todo el set con mis feos y gastados zapatos.

Él camina hacia la salida y yo lo sigo como puedo.

Sé caminar en tacones, pero no en unos dos tallas más pequeños.

Me coloco a su lado y él baja la mirada hacia mí. Le sonrío cortésmente.

Vuelve a hacer eso que tanto disfruta: escanearme.

Se detiene. Yo también, sin saber qué está pasando.

Lo último que necesito es perder tiempo. Solo quiero sentarme antes de que mis pies pidan ser amputados.

Da un paso atrás y señala mis pies.

—Tienes sangre.

—Maldita sea —respondo sin pensar.

Y sin pensar tampoco, me quito los zapatos en plena calle.

El suelo frío me quema, pero la vergüenza me arde más.

Nada de este maldito día sale como debería.

Suspiro.

—Entra al auto. Vuelvo en un minuto —dice, abriéndome la puerta.

Obedezco. Me quedo mirando cómo se aleja mientras cierra la puerta.

Este día no podría ser peor. Cada cosa que hago deja una impresión peor que la anterior. Ni siquiera he logrado hablarle de mi carrera.

Golpeo suavemente mi cabeza contra el asiento.

Todavía tengo una oportunidad. Aún debe llevarme al set. Son veinte minutos de trayecto. Puedo recuperar mi imagen. Puedo hacer que me escuche.

Antes de que pueda preparar mentalmente mi discurso, él regresa. Abre la puerta, coloca una caja de tenis sobre mis piernas. Lo miro confundida.

¿Un regalo para Hellen?

—Quizás te queden grandes, pero es mejor que nada —dice.

—No debió… gracias.

Abro la caja. Son unos zapatos que cuestan más de lo que yo podría gastar en un año.

—Te estoy devolviendo el favor —dice satisfecho—. Por ayudarme con el anillo. Ya no te debo nada, ¿cierto?

Sonríe. Y yo me quedo sin palabras, otra vez.

Llegamos al set. Su auto desaparece a la misma velocidad que mis oportunidades.

Mi única chance, desperdiciada.

Hellen me recibe con gritos, como siempre.

Luego, tras dejarla en su casa, llego finalmente a la mía.

—No deberías estar durmiendo así —le digo a Rubí, tirada en el viejo sofá viendo una tele prehistórica.

El olor a humedad golpea apenas entras.

El dueño no arregla nada desde hace años.

Lo único que da aliento es la comida en la mesa.

Rubí, con apenas 16, es la única persona que realmente se preocupa por mí.

Aunque hoy, un hombre al que nunca le había hablado me compró zapatos y me abrió la puerta del auto.

—¿Qué haces? —pregunta sin mucho interés cuando me ve golpeando la cabeza contra la pared.

—Hoy le hice un favor a uno de los hombres más influyentes de la industria… y acepté un par de zapatos a cambio.

—¿Zapatitos? —se gira finalmente hacia mí—. Esos son caros.

Me los quito.

—Entonces averigua cuánto puedo venderlos.

Tiro mis cosas y me siento frente a la comida. Empiezo a devorar.

—¿Quién es ese “hombre influyente”? Estos zapatos valen más de mil dólares.

Me atraganto. Aunque no me sorprende: en esta zona es difícil encontrar algo que cueste menos.

—Andrew Palvin —digo con la boca llena.

—¡Eva!

—¿Qué? ¡Casi muero!

Se acerca indignada.

—¿Dices que Andrew Palvin te regaló estos zapatos?

—Eso acabo de decir.

—¿Y POR QUÉ LE PEDISTE ZAPATOS? ¡Debiste pedirle una AUDICIÓN!

La puñalada directa al orgullo.

—Lo sé… no tuve la oportunidad.

—¿De qué hablas, Eva? ¿Quieres ser una fracasada toda tu vida?

El hambre se me va de golpe.

—Trabajas de sol a sol como esclava de una mujer que te odia, y los fines de semana de mesera. Todo para pagar una deuda que nos perseguirá hasta que muramos. ¡Pero tienes a Andrew Palvin enfrente y pides zapatos!

—¡Yo no le pedí nada! No supe cómo rechazarlo.

—¿Y qué pasa con tu cabello? ¿Por qué está tan grasiento?

—¡No he tenido tiempo de lavarlo, ¿está bien?! ¡Déjame en paz!

Rubí clava sus ojos en mí.

—¿No odias tu vida? ¿No sueñas con algo más? ¿Te gusta tanto ser miserable que ni siquiera estás dispuesta a mancharte las manos por tus sueños?

Las palabras entran como clavos.

Toda mi vida he seguido “el camino seguro”…

el camino que no lleva a ningún lado.

Si no arriesgo, si no me atrevo, si no salto…

nunca lograré nada.

Sin pensarlo demasiado, en la mañana siguiente, tomo los zapatos y salgo de casa.

Voy a la compañía de Andrew.

Su secretaria me deja pasar.

Es un rascacielos gigantesco. Conozco su historia mejor que la palma de mi mano. Muchas de mis películas favoritas nacieron aquí. Me siento como en un parque Disney al ver las carteleras de clásicos en los pasillos.

En el último piso, su oficina.

La vista domina todo Hollywood.

Y él está allí, sentado en un escritorio que parece hecho a su medida.

La secretaria me anuncia. Él levanta la mirada y sonríe.

Respiro hondo.

Camino hasta su escritorio.

Dejo los zapatos encima.

Él los observa, luego me observa a mí.

—No quiero los zapatos como recompensa —digo con un valor que no sabía que tenía.

Él suelta una pequeña risa.

—Entonces… ¿qué quieres?

Me mantengo firme.

—A usted, señor Andrew.

Lo quiero a usted.

La Eva cobarde que se conformaba con sobrevivir…

muere en ese instante.

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