GIULIA
Riccardo estaba tirado en el suelo, inconsciente, respirando con dificultad. No me detuve a comprobar si estaba vivo o no. Mi oportunidad estaba frente a mí y no podía desperdiciarla.
Mis manos temblaban cuando tomé un pedazo de vidrio roto que yacía en la alfombra. Era afilado, lo suficientemente peligroso como para servirme de arma, y lo apreté con tanta fuerza que sentí cómo me cortaba la piel. No importaba. La sangre era lo de menos, la libertad estaba en juego.
Salí de la habitación con el corazón latiendo desbocado. El pasillo era angosto, mal iluminado, impregnado de un olor rancio. Apenas avancé unos metros, noté la sombra de dos hombres armados frente a la puerta principal. Maldita sea. No podría salir por ahí sin que me vieran.
El miedo me empujó a retroceder y me metí en la primera puerta que encontré abierta.
Mi corazón se detuvo.
Fiorella.
Estaba allí, atada de pies y manos, con un pañuelo en la boca que le impedía emitir un sonido. Sus ojos, grandes y llenos de lá