DANTE
Salí del calabozo con los gritos de Giulia clavados en mi cabeza como cuchillas. No importaba cuánto intentara ignorarlos; estaban ahí, rebotando contra mis sienes, mezclados con el eco de mis propias mentiras. Cada palabra que me lanzó, cada mirada encendida de odio… no era solo un reproche. Era un recordatorio de lo que soy. O peor aún, de lo que nunca seré.
Subí las escaleras con pasos pesados, como si cada peldaño me hundiera más en un pozo del que no habría salida. Cuando al fin crucé la puerta de mi oficina, la cerré de un portazo. El golpe resonó como un trueno en el silencio del pasillo. Me dejé caer en el sillón de cuero negro y por un segundo, creí que el mundo se iba a callar. Pero no. El silencio no era más que otra forma de tortura: ahí, en la quietud, los gritos de Giulia se volvían más nítidos.
“Ese corazón que late en tu pecho… es de Luca.”
Sus ojos, llenos de rabia, me atravesaron de nuevo. No había lágrimas, no había súplica. Solo fuego. Y ese fuego me quemó p