GIULIA
Abrí los ojos con el primer rayo de sol que se filtraba entre las cortinas. El silencio de la habitación estaba marcado por el compás regular de la respiración de Dante, que dormía a mi lado. Lo observé en silencio, con el rostro relajado, desprovisto de esa dureza que siempre lo acompaña cuando está despierto. Parecía tan distinto, tan humano, tan vulnerable.
Y, sin embargo, ese contraste me dolía.
La culpa me atravesó como un filo. No solo por lo que había ocultado sobre Riccardo, sino por lo que había pasado entre Fiorella y yo… y porque la noche anterior, Dante me había dicho esas dos palabras que más temía escuchar: te amo.
Yo también lo sentía. En mi pecho, en mis huesos, en cada fibra de mi cuerpo. Pero las palabras no habían salido de mis labios. Se quedaron atrapadas por el peso de la culpa. ¿Cómo podía yo responderle, cuando guardaba tantos secretos?
Me mordí el labio, con un nudo en la garganta. Decidí que ya no podía seguir huyendo. Si iba a quedarme a su lado, deb