GIULIA
No podía quedarme quieta. Caminaba de un lado a otro, una y otra vez, como un animal atrapado en su jaula. Mis manos temblaban sin control, y el corazón me golpeaba tan fuerte el pecho que parecía querer escapar. La furia me consumía, abrasándome desde adentro, y no era solo contra Dante. No. También era contra mí misma, por haber permitido que todo llegara hasta aquí, por haberle dejado entrar demasiado en nuestras vidas.
—Mamá… —la voz pequeña de Isabella me cortó la respiración.
Me detuve en seco. Ella estaba sentada sobre la cama, con el perro echado a sus pies, rodeada de bolsas de compras, muñecas nuevas, vestidos aún con las etiquetas colgando. Para cualquier niña aquello sería un sueño hecho realidad. Para mí, en cambio, era un recordatorio cruel, cadenas brillantes con las que Dante intentaba adueñarse de mi hija, de nosotras.
Isabella bajó la mirada, mordiendo su labio, y su voz salió apenas como un susurro.
—Perdón… Yo solo fui con él porque me compró muchas cosas.