DANTE
El aire se tensó como una cuerda a punto de romperse. Alcé el brazo justo a tiempo para detener la mano de Claudia, que ya iba en dirección al rostro de Giulia otra vez.
—Suficiente —gruñí, con la voz baja pero con una fuerza que hizo que incluso los músicos detuvieran sus notas.
Claudia parecía fuera de sí, agitada, con las mejillas rojas y los ojos llorosos, pero de pronto su expresión cambió. Su cuerpo se tambaleó hacia un lado, y por un segundo, creí que se desmayaría frente a todos. Dio un paso en falso.
Chasqueé los dedos. —Marco.
Mi hombre de confianza reaccionó de inmediato. —Llévala adentro. Y llama a un médico. Ya.
—Sí, señor —respondió sin titubear, sujetando a Claudia con cuidado antes de desaparecer con ella en brazos.
El silencio en el salón era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Todos miraban, pero nadie decía nada.
—La fiesta no ha terminado —dije con frialdad, dirigiéndome a los músicos—. Continúen con la música.
Hubo una pausa de segundos, y luego,