Punto de vista de Max
El amanecer apenas asomaba por los bordes del ventanal, tiñendo la habitación con una luz tenue y dorada. Rocío estaba tumbada sobre las sábanas revueltas, su cuerpo brillante de sudor, el cabello pegado al rostro, la respiración aún agitada.
Max la observaba desde el borde de la cama. Estaba ardiendo. El deseo seguía vivo, latiendo bajo su piel como una bestia sin cadenas. Su lobo rugía, salvaje, deseando marcar cada rincón de su cuerpo, hacerla suya una y otra vez.
—No he terminado contigo, princesa —susurró con voz ronca.
Ella lo miró entreabriendo los ojos, sus labios aún húmedos, hinchados d