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Capítulo 4 – Preparando el Futuro

Punto de vista: Max

Mi padre acaba de llamarme: quieren que volvamos a la manada. Ellos cubrirán todos los gastos del viaje de ida y vuelta. Pasaremos dos meses allá durante las vacaciones.

Bueno… tal vez los gemelos no viajen. Pobre Lucas, le tocará ayudarlos a ponerse al día. Bromeo, pero es la verdad.

La condición es clara: todos debemos terminar nuestros estudios lo antes posible.

Como siempre, los gemelos son los que están más atrasados, mientras que Lucas ya completó sus asignaturas y ahora da ayudantías y clases particulares.

Esta noche les contaré la decisión de mi padre y organizaremos todo para viajar el próximo fin de semana.

Hablé también con mi madre. Se reía de cómo van las cosas por acá. Saludó a los chicos, y en el que notó más cambios fue en Lucas.

—Ya no es el mismo chico flaco y bajito —dijo, casi sin creerlo.

Recuerdo la primera vez que lo vio entrenar, antes de que saliéramos del instituto.

Tenía esa mirada mezcla de admiración y preocupación que solo las madres saben hacer.

—¿Ese chico es el Lucas del que me hablabas? —me preguntó, intrigada—.

¿Está bien? ¿Usa lentes? ¡Es tan flaco!

—Míralo en acción, mamá, y después me dices —le respondí, confiado.

Mientras hablábamos, vi a dos niñas de unos catorce años entre el público. Una era castaña, de ojos verdes y un hoyuelo encantador en la mejilla. La otra, rubia, un poco más bajita, con ojos de un café muy claro. Recordé que una de ellas era nieta del dueño del supermercado de la manada. A la castaña no la conocía. Me hicieron pensar en mi hermana.

—¿Y mi hermana? —le pregunté a mi madre.

—La dejé en casa. No le gusta este tipo de cosas —me respondió con una sonrisa cómplice.

Entonces comenzó la pelea. Lucas se quedó quieto, escuchando cómo su contrincante lo provocaba.

Mi madre quiso irse, pero la detuve.

—Espera… te va a gustar.

Lucas permaneció paciente, esperando el momento exacto. Cuando su oponente atacó, esquivó cada golpe con una destreza que me dejó asombrado.

Y cuando encontró un punto débil… atacó.

Con precisión.

Con potencia.

Con técnica.

Reconocí varios movimientos de judo. Eran efectivos, sí, pero lo que más me impactó fue la seguridad de sus golpes.

Recordé el día en que yo recibí uno. Pensé que, al no haberse transformado, sería un blanco fácil… pero no.

Quizá por eso su cuerpo no se desarrolló como el del resto.

Cuando dejó a su oponente fuera de combate, todos aplaudieron, especialmente sus dos pequeñas fans.

Mi madre quedó impresionada.

—Tienes razón… es calmado, mide cada paso, y cuando ataca… no se mide —dijo con una mezcla de respeto y sorpresa.

—Así es, mamá. Conmigo y con Jason también es así.

Ella me miró con curiosidad.

—¿Cómo te diste cuenta?

—Estábamos entrenando. Quería saber si podría ser parte de mi séquito. Ya lo había visto pelear.

Le conté lo que pasó aquella vez:

—Lo ataqué en serio. Le acerté varios golpes y cayó al suelo. Le dije que si no se tomaba en serio los entrenamientos, iba a pedir que quitaran el internet del instituto, así se despegaría del computador y el celular.

En ese momento, empezó la pelea de verdad.

Le gané… porque me dejó de pie. Lucas se tumbó en el piso, dijo que tenía que irse a hacer un trabajo, y con un gesto de la mano, se despidió como si dijera “ya terminé contigo”.

Cuando le confesé que era una broma y que solo quería ver su potencial, no pude evitar reírme.

En ese instante, mi madre entendió por qué le pedí que viniera a Australia.

Nos quedaba solo un año y yo debía elegir a mi séquito. Debían aceptar la oferta, estudiar fuera, viajar conmigo y estar dispuestos a construir una manada fuerte.

Normalmente, los séquitos se heredan: Jason es hijo del Beta actual y será mi Beta.

Pero con los otros cargos pasa algo distinto.

El Gamma anterior falleció en la última batalla contra los salvajes, hace trece años. Por eso elegí a Lucas.

El Delta actual no encontró a su mate, eligió una pareja, pero su hijo aún es pequeño.

Por eso, traje a los gemelos.

Lo ideal es que todos tengamos una edad similar.

El tiempo lejos de nuestras familias nos obliga a crear lazos reales. A conocernos de verdad.

Además, la razón por la que estos cargos suelen quedar en las mismas familias no es solo la confianza… es el dinero.

Y ni Lucas ni los gemelos lo tienen.

Mi madre me sacó de mis pensamientos.

—¿Quieres que cree un fondo o una beca para estos chicos? —preguntó con tono serio.

—Sí… pero más que eso… —le respondí, con una mirada que decía todo.—¿Cómo lo supiste? —le pregunté, sorprendido.

—Porque soy tu madre, mi pequeño Alfa. Está bien, hablaré con tu padre —dijo, mientras se encogía de hombros—. Podemos traer esclavos para que hagan el trabajo y así ahorramos mano de obra.

—¡¿Quééé?! —exclamé, escandalizado.

—¡Ay, hijo! Era una broma. Le diré a tu padre y veremos cómo lo organizamos. Déjame a mí lo de las “becas”.

Asentí, sonriendo.

—Ahora ya estás seguro de con quiénes te irás. Es una decisión importante.

—Sí, mamá. Somos cinco los que iremos a Australia.

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