—¿Y a ti que te pasa?
—¿Que me pasa de que? —estampe mi tenedor contra el plato, encajando este mismo en el pedazo de carne que me encontraba comiendo.
Un nuevo día llegó a la universidad y con ello un nuevo almuerzo, un nuevo momento en la cafetería donde posiblemente volvería a ver a esa perra llegar de la mano con la niña o del brazo de su novio como toda una mujer enamorada.
Y mi humor de perros no era por cualquiera de esos posibles escenarios, era por qué ayer en mi cobardía ante la seducción femenina fui incapaz de darle la cara por el beneficio de la niña que debía de sufrir sus maltratos de manera constante.
Ahora tenía sentido por qué la niña decía que no le caía nada bien esa mujer, todo eso tenía sentido y es que después de todo los niños son seres tan puros que serían incapaces de odiar a alguien si ellos no les dieran el motivo para hacerlo.
—Estas como... No se cómo explicarlo. —Eiden apretó sus labios, tratando de pensar.
—Pareces un tomate de lo roja que estás.