(Narrado por Isabella)
Tres días.
Eso era todo lo que había pasado, y sin embargo, la casa se sentía distinta. Vacía, pero tranquila. Silenciosa, pero soportable. Tal vez porque ya me había prometido no depender de su presencia para sentir que todo estaba en orden.
Alessandro se había ido de viaje por “negocios”. No explicó mucho —como siempre—, y yo tampoco pregunté. No lo necesitaba. Al menos, eso me repetía cada vez que mi mente intentaba imaginar con quién estaba o qué hacía.
Los primeros días fueron fáciles. Me levantaba temprano, iba al trabajo con Axel —que, como siempre, se mantenía discreto pero atento—, y fingía normalidad. La rutina era mi escudo.
El trabajo, mi refugio.
En la empresa, los rumores sobre la “esposa del señor Moretti” seguían flotando, pero aprendí a ignorarlos. Descubrí que el silencio tiene poder. Que no responder a los chismes es la mejor forma de hacerlos desaparecer. Y así, paso a paso, fui dominando mi propio escenario.
El arquitecto Josué y yo revisamo